domingo, 10 de junio de 2012

CARLOS BOYERO

Hace años que sigo a este escritor,periodista y crítico de cine. Si bien no es esta última faceta la que más leo, ya que sus columnas que publica en El País son en muchos casos demoledoras. Este sábado y domingo han aparecido las dos que a continuación se pueden leer. Soy demócrata y nazi Tenía arte en los pies y en la cabeza. Personificaba los conceptos de la elegancia, el estilo y la bondad. Y una pinta acojonante, de héroe con un punto inquietante. Era un futbolista genial y parecía un individuo modélico. En el último partido de su vida, en la final del Mundial, cuando sabe que la historia de Francia le juzgará en función del triunfo o del fracaso, este hombre tranquilo le sacude un cabezazo a un killer gigante, con carnet de futbolista, que se llama Materazzi, el abusón que zurra al más débil de la clase porque le gusta exhibir su poder. Y eso lo prolonga en su profesionalidad. El agresor se llama Zidane. Posteriormente, ese irresponsable que ha sufrido vértigo contará que esa reacción salvaje se debió a que Materazzi le sopló venenosamente al oído que su hermana era puta. No me creo el poder de una ofensa tan vulgar para un hombre curtido en todos los insultos. Imagino que fue algo peor lo que rompió los nervios de mi ídolo. Pero juro, y que me encarcelen por ello, que la violencia del irreprochable contra ese bastión de lo abyecto, del todo vale a cambio de ganar, de la vida exige más cojones que pensamiento, me pegó un subidón importante. Y dije, aunque no se lo confesé a nadie, eres mi dios, Zidane, y voy a despedirme de este mundo haciendo lo mismo. Mi rival no es Materazzi. Mi asco ancestral, mucho antes de que los ejecutores y cómplices se rescataran a costa de la desgracia de los demás, se llaman políticos, banqueros, jueces, esos miserables que gobiernan el planeta. Pero cómo entiendo a Zidane, despidiéndose de forma tan infantil y deshonrosa. Siendo tan violento y jacobino, veo imágenes de la televisión griega en las que el representante de los nazis, tan populares ellos en Europa cuando los liberales se autodefinen como demócratas, infla a hostias en un debate a su izquierdista interlocutora. Imagino lo que puede hacer este pavo rapado en un callejón con un inmigrante, un negro, un maricón. “A las armas, ciudadanos” exigía la Marsellesa. “Esta guitarra sirve para matar fascistas”, rugía Guthrie. Soñar no cuesta dinero. ¡Pobrecilla! Leí un reportaje tan interesante como revelador en este periódico que analizaba el magisterio de Esperanza Aguirre en estrategia populista, su capacidad para desviar la atención pública cuando la gente se puede encrespar (aunque habría que replantearse el significado del concepto gente al constatar desoladamente que sigue arrasando en las votaciones después de nueve años para dirigir la cosa pública en este Madrid que tanto le gustaría a Franco en el nada improbable caso de que resucitara) por alguna de las frecuentes barbaridades que escupe su incontinente boquita. Nadie duda de que esta señora es altamente generosa con sus asesores, columnistas y tertulianos en jugosa nómina, o con esa cochambrosa Telemadrid dedicada exclusivamente a hacerle sonrojantes odas a su dueña y a tirarle de las orejas a sus insignificantes enemigos. Pero tanto derroche debería estar mínimamente justificado. Los sagaces cerebros de los mamporreros aguirristas deberían aconsejarle a la que les procura el sustento que pusiera freno a su libertaria espontaneidad. Puede ocurrir en estos tiempos sombríos en los que millones de personas deprimidas pasan sus lunes al sol, que alguno de ellos, con poco o nada que perder, con el subsidio de desempleo en agonía o ya fallecido hace torturante tiempo, se lance a la yugular de alguien que tiene la ofensiva y humillante desvergüenza de afirmar: “Ya no sé ni cuanto cobro”. Una grosera reiteración de aquella autodefinición tan graciosa que vomitó hace un par de años: “Soy pobre de pedir”. Tal vez esta señora pretenda reinventar el surrealismo para dinamitar el universo y admire profundamente a Breton y a Buñuel, pero debería saber que eso puede entrañar riesgos físicos. Que se acuerde de lo que le ocurrió a la pobre María Antonieta, aquella reina con tanto sentido del humor que sugirió que comieran pasteles a los hambrientos que suplicaban pan. Y Divar afirma que sus gastos en Marbella eran una miseria y que no iba a hoteles de lujo, sino de cuatro estrellas. Que divertido es provocar. Pero, a lo mejor, hay que pagar una factura chunga por ello.