viernes, 30 de julio de 2010

LA LARGADA DEL SR. BARREDA

Hay personajes de la política nacional a la que solo basta rascar un poco para que aparezca una vena intolerante. Hace tiempo un contertulio de una cadena televisiva que ante unas afirmaciones sectarias dijo que eso era el síntoma del fascista que todos llevamos dentro. La alarma cundió entre los allí presentes en una emisora que se precia de su progresismo. Y quizás algo de eso le ha sucedido al Presidente castellanomanchego, las últimas compañías en la inauguración del Museo del Ejército pueden influir en la salida de patas que ha protagonizado hace unas horas al referirse al acuerdo del Parlamento catalán.
Tan poco respeto tiene a otras Instituciones que se permite el lujo de calificar la decisión de prohibir las corridas de toros como una aberración, una barbaridad y carente de lógica. Es más, se permite considerar que los votos emitidos por algunos diputados tienen más que ver con las señas de identidad en relación con España que lo que significa la fiesta en si misma. Manda uebos que el Presidente de un Comunidad Autónoma con un Parlamento que es el de menor representación con respecto al número de habitantes así como con una ley electoral adecuada a los intereses de su partido de lecciones de democracia. Pero hay también la parte de mentira, cuestión que comparte con el PP (como muchas otras cosas más, tanto monta, monta tanto), de ignorar que hace casi 20 años Canarias voto una ley similar a iniciativa de un actual diputado popular y nadie argumentó problemas identatarios contra España. Y sigo con más pruebas de las que el Sr. Barreda muestra poco interés por su egolatría del poder heredado y absoluto de su mayoría parlamentaria. La iniciativa para el debate en el Parlament de Catalunya parte de una ILP con 180.000 firmas, de un debate donde han pasado por esa Institución detractores y apologistas de la llamada fiesta nacional. Que se ha debatido y votado, resultando que por mayoría absoluta se ha aceptado la prohibición a partir de 2012 de las corridas de toros en territorio catalán (podríamos decir que en Barcelona ya que en las otras provincias no se celebran festejos taurinos). Podría aprender para introducir en las Cortes castellanomanchegas se respire más democracia y participación.
Ahora solo falta que se avance en la prohibición de otros festejos donde se tortura animales, en la mius Catalunya están los correbous y que deben seguir el mismo trato.
Se que su mensaje de anticatalanismo le puede reportar dividendos electorales, quizás pretenda que desde la corona le nombren sucesor del Conde Duque de Olivares y le de morbo entrar en la Ciudad Condal para imponer las corridas de toros. Sueñe.
Alaba al Mayo francés, habla de prohibido prohibir, quizás si estuvo en esa efeméride en las calles parisinas hubiese sido confundido con un adoquín.

jueves, 22 de julio de 2010

¿AMENAZA?


Hace unos días me enteré de una noticia que, por su calado y todo lo que conlleva, ha pasado desapercibida en los medios de comunicación (desinformación/manipulación). El presidente de la comisión europea, el incuestionable demócrata, Durao Barroso declara (publicado el 5 de julio por Juan Antonio Nuevo Benítez en Economía Eurozona) que de aceptarse las medidas de austeridad la democracia peligra en Grecia, España y Portugal. Dado que el autor pide que debe dar su consentimiento para publicar la noticia remito a que la conozcáis en su blog.
Pero no me resisto, después de leer la amenaza de un supuesto representante de unas supuestas instituciones democráticas si se refiere a que, de no ser buenos chicos y tragar con lo que nos echen, nos puede pasar lo mismo que en 1936, al fin y al cabo sería una repetición de la historia. Así que ilustro el ejemplo con lo que supuestamente nos pasaría a griegos, españoles y portugueses.
Foro de la Fosa de Menasalbas (Toledo).

sábado, 3 de julio de 2010

UNA MUERTE “DESAPERCIBIDA”

José María Díez-Alegría, un jesuita “sin papeles”.


El pasado 25 de junio falleció, cuando estaba a punto de cumplir los 99 años, José María Díez-Alegría. Me cuesta definirle, jesuita, teólogo, pionero (junto con otros, entre ellos Llanos) de la llamada teología de la liberación, hermano de ilustres militares franquistas, hijo de un banquero de Gijón, etc, etc.
Recuerdo que hace años cayó en mis manos un libro suyo “Yo creo en la esperanza”, lo compré como curiosidad, se publicó allá por el año 1972. Un gran revuelo supuso su edición. Al parecer se vendieron unos 200.000 ejemplares, cosa nada desdeñable por el año y por ser quien era su redactor. Se decía que en sus páginas “aclamaba” a Marx y criticaba a Roma. ¡Qué escándalo!, yo creo que es para dar risa ante tanta falsa moral. No era marxista pero compartía que la religión es el opio del pueblo porque “se traducía en culto y no en compromiso con los más pobres”.
Desde el mayor agradecimiento que le puedo demostrar, yo que no soy creyente pero que me “iluminó” en años de adolescencia y que me hizo ver que lo que me enseñaban en el colegio, lo que me obligaban a tragar como dogmas de fe, solo eran simples patrañas, engaños, embustes, para tenernos mejor domesticados.
Con admiración.



José María Díez-Alegría: libertad de conciencia y sentido del humor
Juan José Tamayo en El País, 250610
Acaba de fallecer el teólogo José María Díez-Alegría. Iba a cumplir 99 años en octubre. En las últimas visitas que le hacíamos los amigos y amigas solía decirnos que no quería llegar a centenario para que no le pasearan como un mono de feria. Su deseo se ha cumplido. Ha muerto vencido por la edad, pero conservando intactos la esperanza y el sentido del humor. "Como Dios sabe que soy de izquierdas, todavía oigo un poco por el oído izquierdo y veo otro poco por el ojo izquierdo", me comentó cuando le vi por última vez. Díez-Alegría fue testigo privilegiado y protagonista de algunos de los momentos más importantes de la historia de España y del cristianismo del siglo XX, y uno de los intelectuales españoles más influyentes en todos los campos del saber y del quehacer humano: ética, doctrina social, filosofía, teología. También en la lucha por la democracia. Siempre fue por delante marcando el camino que luego seguiría la sociedad.
Los dos fuimos cofundadores de la Asociación de Teólogos y Teólogos Juan XXIII junto con otros colegas. De 1988 a 1996 compartí con él la dirección de la Asociación, él como presidente y yo como secretario general, y en el trato frecuente, casi diario, de aquellos años pude comprobar su honestidad intelectual, su sensibilidad social y su autenticidad humana y cristiana.
En su libro más emblemático, Yo creo en la esperanza, José María distinguía dos tipos de religión: la ontológico-cultual y la ético-profética. Si la primera se caracteriza por centrar la religión en el culto y poner al ser humano al servicio del sábado, la segunda se caracteriza por centrar la vida en el centro de la religión y por colocar el sábado al servicio del ser humano. Él fue un buen ejemplo de religión ético-profética.
Buen conocedor del marxismo, José María Díez-Alegría participó activamente en el diálogo cristiano-marxista, con los otros dos Josemarías con quienes formaba la "Trinidad heterodoxa", el padre Llanos y González Ruiz, primero en Italia, en los años sesenta del siglo pasado, y después en España, durante los últimos años del franquismo y los primeros de la transición democrática. En diálogo y colaboración con intelectuales y militantes marxistas, contribuyó a desdogmatizar y humanizar ambos sistemas de creencias, tendió puentes y buscó lugares de encuentro entre cristianismo y marxismo a partir de la común opción por los excluidos traducida en compromiso liberador.
Su profunda fe en Jesús de Nazaret le llevó a relativizar las instituciones eclesiásticas. "Una cierta relativización de las iglesias cristianas históricamente dadas resulta inexorablemente no sólo del ecumenismo sinceramente asumido, sino sobre todo de la dimensión mistérica de la iglesia de Cristo", escribe en Yo creo en la esperanza (p. 157). Su humanismo radical, abrevado en las mejores tradiciones filosóficas y religiosas, le condujo a seguir la voz de la conciencia. Así lo demostró cuando, ante el dilema de obedecer a sus superiores de la Compañía de Jesús que le pedían no publicara el libro Yo creo en la esperanza o de seguir lo que le dictaba su conciencia, optó por esta última, y publicó la obra. La conciencia personal por encima de la ley eclesiástica.
La frontera fue su lugar natural, el espacio en que vivió su fe crítica por opción personal: la frontera entre fe e increencia, ortodoxia y heterodoxia, cristianismo y marxismo, amor cristiano y luchas de clases, compromiso político y experiencia religiosa. En la frontera se encuentra la marginación, lugar social donde vivió su experiencia religiosa y humana de manera espontánea y descubrió las dimensiones liberadoras del cristianismo. El mundo de la marginación fue para él el barrio vallecano del Pozo del Tío Raimundo, donde vivió varias décadas con el padre Llanos. Ésa fue la cátedra que durante muchos años supo compaginar con la Gregoriana de Roma y, cuando fue cesado como profesor de ésta, su cátedra permanente más preciada. Desde la cátedra de la marginación vallecana escribió muchos de sus libros, que leí con verdadera fruición porque son una verdadera fuente de sabiduría, de sentido común, de espíritu evangélico y de respeto por el misterio.
Dar razón de la esperanza es quizás la mejor síntesis de su magisterio teológico y de su trayectoria humana. Hombre esperanzado por talante y por convicción, supo contagiar la esperanza en su derredor. Esperanza inseparable de la fe, y ambas vividas en un clima adverso, pero sin desembocar en desesperanza o descreimiento. Si a sus 60 años pudo titular su obra Yo creo en la esperanza, a sus noventa no dudó en titular su último libro Yo todavía creo en la esperanza.
A Díez-Alegría siempre le acompañó el sentido del humor. El humor como talante, como virtud, como principio. Un humor que se refleja en sus textos, en los títulos de sus libros: Rebajas teológicas de otoño, Teología en broma y en serio. A punto de cumplir los 94 años nos dio una nueva muestra de teología con humor: su libro Tomarse en serio a Dios, reírse de uno mismo, su mejor testimonio y testamento.
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