miércoles, 17 de junio de 2009

FLORES DE LUNA

FLORES DE LUNA

De vez en cuando la tele nos sirve café y está tan bonita que da gusto verla (gracias Serrat). Así, de repente, nos congraciamos con la caja tonta, más que tonta atonta, y podemos ver (a pesar de largas interrupciones de anuncios) algo que merezca la pena. Algo que logre dejar la lectura de un libro o la audición de una música que te llene el alma.
El pasado viernes en el programa “Versión española” de la 2 de TVE, emitieron un documental titulado “Flores de luna” (España-2008), del director Juan Vicente Córdoba. Si empiezo por el final debo reconocer un regusto amargo, una especie de puñetazo en el estómago.
El Pozo del Tío Raimundo, un lugar en la capital de España que forma parte de la historia de la lucha de clases, de la solidaridad humana, de la dignidad entre semejantes. Un lugar “maldito” del franquismo que intentó por la malas (el generalito todo lo hacía así) desprestigiar y exponer a la opinión pública como un lugar de gentes de mal vivir, aunque es cierto que vivir era una cuestión más cercana a la supervivencia. Pero El Pozo era un proyecto, hecho realidad, de lucha de clases, ejemplo de grandeza de unos hombres y mujeres que sacaron adelante una historia conmovedora.
En el introito nos hablan de lo que en ese lugar se daba, realmente nada, campos a las afueras de Madrid. Dicen que lo primero que allí se instaló fue una vaquería. Después los inmigrantes, gentes del sur fueron sus primeros pobladores, el tío Raimundo procedió a construir un pozo, qué mejor obra que buscar agua. Las gentes ya no conocieron e lugar por otro nombre.
Los hombres, las mujeres que iban llegando, se unían en el esfuerzo de construir una chabola, con lo poco que podían conseguir, para dar cobijo a sus familias. Se construían de noche para que la autoridad no pudiera derribarlas al día siguiente. ¿Qué humanidad, cómo iban a tirar el chamizo con críos y mujeres dentro?.
Llega el momento de la presencia ene. Pozo de su figura más emblemática. José María Llanos, el padre Llanos. Tuve la suerte de conocerle en persona, un par de veces coincidí, una de ellas en la chabola que era su morada, la otra en un mitin del Partido. Creo que su figura se agiganta por el hecho de ser y reconocer que era un ser humano, con sus grandezas y sus miserias, él que era muy severo consigo mismo, autocrítico hasta límites insospechados.
Llanos que venía del régimen franquista, colaborador y confesor del dictador, llega al lugar con su idea de adecuarlo al sistema, aunque es crítico con este, quizás piense en que puede hacer labor pastoral.
La labor que realizó es inmensa, las gentes del lugar tenían ansias de saber, de aprender a leer y escribir ya que muchos de ellos eran analfabetos. Hay una frase extraordinaria de uno de los entrevistados, los poderosos saben que es imprescindible saber, estudiar, por ello se preparan para que sus hijos sean los que hereden el mando Por ello dejan a las clases populares en la ignorancia y eso lo saben y necesitan esa instrucción. Cuentan que en la escuela que se construye hay colas hasta los domingos para seguir aprendiendo.
No me alargo más en la historia de Llanos y de los demás ciudadanos que lograron el milagro laico de sacar adelante esta historia, pero llega la parte dura, la parte que hace pensar en donde estamos, a pesar de saber de donde venimos. Hace unas fechas nuestra querida y respetada compañera y camarada, Josefina Samper, la cómplice inseparable de Marcelino Camacho, se preguntaba ante el pasotismo y la forma de actuar de una importante parte de la juventud “¿Qué hemos hecho mal para que nuestra juventud actúe así?”
Parece mentira que los nietos de aquellas gentes que un día llegaron al Pozo, que sacaron adelante este proyecto, edificaron con sus manos y sin medios sus humildes casas, que se enfrentaron a la dictadura, que dieron un alto ejemplo de solidaridad, compromiso, lucha y sacrificio, hablen de manera xenófoba y racista. En sus palabras contra los magrebís o sudamericanos destilan los mismos clichés que los más fervientes fascistas. Me vuelvo a preguntar “¿Qué hemos hecho mal para que nuestra juventud actúe así?”.


junio de 2009.