lunes, 22 de junio de 2009

EL MURO

Los seres humanos siempre han tenido la costumbre de levantar muros, generalmente para separar a las clases sociales, no hay mas que ver las fortificaciones de tantos pueblos de nuestra geografía, los más pobres siempre quedaban fuera, en los arrabales.
Hay muchos muros que se han hecho famosos. El de Berlín que, según nos contaban, separaba el comunismo de la libertad. Después de su demolición las cosas no están tan claras, pasa lo mismo que con los presos políticos, no hay ningún país que reconozca que en su territorio los hay, siempre los tiene el “enemigo” ideológico.
También está el Muro de las lamentaciones, el lugar más sagrado de los judíos (los restos del templo de Herodes en Jerusalén) y entre cuyas piedras los fieles ponen papeles con sus peticiones. Lo que no sé es de qué se pueden lamentar, no creo que sea del muro de la obscenidad que sus dirigentes han construido en Cisjordania.
Otro famoso muro es el de Adriano, que el emperador en su visita a Bretaña (año 122 d.c.) ordenó construir para separar a los romanos de los bárbaros, construcción de piedra de 80 millas romanas con fortificaciones a intervalos regulares para cubrir desde la costa del mar del Norte hasta el brazo de mar de Solway.
Muchas localidades de nuestro país tienen el nombre de Muro en su patronímico, hasta hay grupos de música con ese nombre y Pink Floyd elaboró una de sus obras maestras con ese título.
Pero yo quiero hablar de otro muro, de uno más humilde porque se encuentra en una zona alejada de los centros del poder, en una Región que pasa por ser una de las olvidadas por todos durante todo el tiempo, de una Comunidad de caciques, de los de antes y de los de ahora. Hablo de Extremadura y más concretamente de Badajoz.
Esta provincia fue una, quizás la única, en ponerse al frente de la reforma agraria, que plantó cara a los amos de miles de hectáreas que, en muchas ocasiones, ni habían pisado en su puta vida. Solo recogían las ganancias que les producían los esclavos que trabajaban de sol a sol por un mendrugo de pan (a veces duro).
Por eso la represión fue brutal. Por mucho que la “hija” del criminal Yagüe niegue la evidencia, en esta capital se cometió uno de los mayores actos de crímenes de la historia. Miles de hombres y mujeres fueron masacrados por los “enviados divinos” (curiosamente los dioses se ponen de acuerdo para asesinar, es el sino de las religiones, ignorancia y muerte).
Hace unos años, en 2002, el histórico PSOE hizo honor a sus muertos, hizo lo que se esperaba de un partido que tuvo miles de muertos, de asesinados, por defender la República. Tanto honor que derribó la plaza de toros donde tantas personas fueron masacradas. Así se recupera la Memoria de la dignidad de nuestros compañeros, camaradas y familiares. Como no, los demócratas de nuevo cuño, aquellos que tienen un presidente digno de ser procesado por asesinato, aquel que fue ministro con Franco y participó de los crímenes del caudillo, no pueden quedarse atrás. No solamente ha quitado el nombre de la calle que desde 1985 estaba dedicada a Margarita Nelken (Diputada, feminista e ilustrada mujer, penalista, Directora General de prisiones en el gobierno de Alcalá Zamora e impulsora de una reforma penitenciaria que, aun hoy, podríamos calificar de revolucionaria) sino que ahora erige un muro que tapa uno de los lugares emblemáticos de la represión franquista. Cierran el perímetro del cementerio de S. Juan (curiosamente con el dinero del plan E del gobierno “socialista”), en cuyas tapias fueron asesinados en fusilamientos masivos miles de españoles y españolas que defendía a su patria, a su gobierno legítimo, constitucional y democrático de la República. Ni las protestas de cualificados historiadores, como Julio Aróstegui, Ian Gibson, Mirta Núñez, Julián Casanova, Francisco Espinosa, etc., han detenido el ignominioso plan. Unas 1.200 personas fueron asesinadas en los días posteriores a la entrada de Yagüe en la capital pacense.
Esta es la actualidad, esta es la historia reciente de nuestro país. Vergüenza, siento vergüenza, de este país, de sus dirigentes políticos, de su entreguismo por un plato de lentejas. La dignidad no tiene precio, nosotros la perdimos entre tanta cesión, entre tanto pacto, por eso nos siguen recordando que perdimos la guerra, que la dignidad perdió la batalla ante el fascismo y todavía estamos pagando las consecuencias. ¿Verdad?