miércoles, 3 de junio de 2009

VIOLENCIA DE GENERO

Escribo estas líneas después de haber digerido el suceso en cuestión. Los hechos se remontan a hace unos días. Me dirigía hacia mi trabajo cuando pude ver como un tipo agredía a una chica dentro de una cabina telefónica. Fue un golpe, un puñetazo en plena cabeza que la hizo estamparse contra el equipo telefónico. No se si la llegada de personas que salían de un bar próximo o mi presencia, quizás que ya había desfogado su ira, pero el caso que salió con pies en polvorosa a su coche, estacionado cerca del lugar, no sin antes proferir palabras como “hija de puta, te voy a matar”. La joven, de apenas 16 años temblaba en el interior de la cabina como una pajarillo asustado, como un ser totalmente indefenso al que habían agredido y que no encontraba consuelo. No voy a extenderme en la descripción de lo que posteriormente pasó, de lo que la niña (porque al fin y al cabo es una niña) me contó, pero si debo decir que no era la primera agresión, que no es comprensible (al menos en primera instancia) que una mujer de esa edad pueda aguantar el que un tipejo así la ponga la mano encima, que no es normal, pero sucede.
Claro está que este individuo no se iba a salir con la suya, el delito no podía quedar impune, la colaboración de varias personas pudo dejar constancia del número de matrícula del vehículo y de esta manera la llamada a la policía nacional hizo que en breves minutos se presentara un coche con dos agentes.
Ante la negativa a denunciar de la adolescente se hacía patente la intervención de la policía hacía ponerse en marcha el protocolo de violencia de género y, como no podría ser de otra manera, me puse a disposición de la autoridad para lo que hiciera falta, había sido testigo de una agresión y no podía quedar impune.
Desde ese momento los pasos fueron los habituales, presentación en comisaría para hacer una declaración de lo que había sucedido y personación a las pocas horas en el juzgado para declarar en uno de esos juicios rápidos.
Resumiendo creo que la decisión judicial de imponer trabajo para la comunidad al individuo más la noche pasada en los calabozos detenido y su asistencia a la sala judicial esposado puede ser motivo suficiente para que este recapacite y comprenda que el camino de la violencia no lleva a ningún lugar. Pero me queda la duda de que la agredida, temerosa y determinada a no denunciar a su agresor, la lleve por una buena senda en el futuro. Si su relación (¡tiene 16 años!) comienza de esta manera va mal y deseo equivocarme y que todo le vaya bien. No obstante los dos tienen las mismas posibilidades de cambiar su situación y en muchas ocasiones la situación familiar, el ambiente en las amistades, etc., pueden ser determinantes.


Talavera, mayo de 2009.