En mi época escolar la enseñanza de la literatura estaba condicionada por las normas que desde la dictadura se daban para que no aprendiéramos autores de dudosa condición patriótica. Ya he comentado en muchas ocasiones como se me negó el conocimiento de literatos que luego han significado todo en mi vida en mis lecturas, en mi conocimiento en mi desarrollo intelectual. D. Antonio Machado, Rafael Alberti, Miguel Hernández, y tantos otros autores (y autoras) fueron silenciados para no contaminar a los buenos españoles del futuro. Como verán las enseñanzas hicieron su efecto y aquí estoy un ejemplo de patriota, según los cánones establecidos.
Pero no dudo en señalar que en esos tiempos también se me mostraron autores que luego si han quedado en mi consciente pero no precisamente por los recuerdos como los que allí me intentaban “meter en la cabeza”. Por ejemplo se intentaba que te aprendieras de memoria a Rubén Darío (La marcha triunfal) llegando, en aquellos años, a odiar al poeta nicaragüense. También se hablaba por parte del profesor (D. Senén) de otros autores y muchas veces en forma de chascarrillo. Nos hablaba de Benavente y sus juegos de palabra, “no he venido a hablar a tontas y a locas” decía que el premio Nóbel declamó ante un nutrido grupo de damas. Algunas, después de tantos años, siguen en mi mente y recuerdo con cierto agrado. Otra (que si no me equivoco también era de la cosecha del autor de “Los intereses creados”) decía que al preguntarle sobre sus tres escritores favoritos, contestó que “Miguel de Unamuno, Benito Pérez Galdos y Apeles Mestres”.
También nos hablaba de Pedro Muñoz Seca, pero no en el ámbito de su obra “La venganza de Don Mendo” si no de sus salidas ingeniosas. Pero sin duda hay una anécdota que recuerdo y que en estos momentos me viene “al dedo” por cuestiones que no creo haga falta explicar o ahondar en ellas. Al parecer Muñoz Seca era bastante espigado y tenía una novia de menor estatura que él, alguien le hizo ver que su diferencia de estatura era “relevante” a lo que el contestó que precisamente le llegaba al punto exacto, al corazón.